Mens sana in corpore sano

Historias de Navidad 3: «El ángel de la calle Muntaner»

Cuando entrabas en ese piso era como si los años hubieran vuelto atrás y hubiéramos retrocedido hasta los años 60: una cocina vieja y remendada en la que las baldosas antiguas habían ido cayendo una a una, unos muebles viejos y gastados, unas cortinas de terciopelo oscuras y polvorientas, un escaparate viejo lleno de vidrio viejo y cansado …. era como si el reloj se hubiera parado a 1965 a pesar de ser el año 2013.

La persona que vivía, mi amiga Nuria, era mucho más vieja aun que los muebles (tenía 93 años) y una característica física notoria: la artrosis en todos los huesos de la espalda le había ido dejando pequeña, consumida y curvada hacia un lado. Ella misma bromeaba cuando hablaba de su cuerpo: ‘parezco realmente como un gran signo de interrogación’. Pero lo decía siempre con una sonrisa abierta y sincera, la misma con que me recibía cada mes cuando iba a llevarle alimentos.

Si, Núria era una de las primeras usuarias de nuestro servicio de distribución de alimentos, un servicio que quería ayudar un poco, de forma humilde y sin pretensiones, a personas del barrio que estuvieran en grandes dificultades económicas. Nuria tenía una pensión de 450 € al mes con los que pagaba un alquiler antiguo, los suministros y poco más. Se ayudaba ella misma cosiendo para todos los amigos, vecinos y familiares que podía. Pero no podía hacer otra cosa que encerrarse en su piso, coser y ver la tele. Ni el dinero ni su estado de salud le permitían otra cosa. Nuria era uno de tantos casos de personas mayores que malvivían en barrios acomodados en una situación de absoluta miseria.

A pesar de todo, yo siempre esperaba con ilusión las visitas regulares que hacía en su casa para llevarla le los alimentos: siempre me recibía con una gran sonrisa, me invitaba a un café y pasábamos un rato hablando de política, que le gustaba muchísimo. Tantas horas de tele daban para seguir la actualidad y tener opinión fundamentada de muchos temas. Eran encuentros agradables, alegres incluso en que compartíamos un poco de tiempo y acogida mutua.

Nuria vivía dedicada a dos cosas: su único sobrino, un hombre de casi 50 años con grandes dificultades económicas como ella ya una tarea importante que le llevaba varios meses del año. Cada Navidad, Núria organizaba una comida en su casa donde miraba que ni faltara de nada, ni comida ,ni besos ni obsequios que ella misma preparaba. Ella decía que la Navidad era para poder compartir un poco de bondad con los otros, con los que no tenían tanta suerte como nosotros! Y por eso, cada año, los asistentes a la comida de Navidad eran diferentes: su ‘familia’ navideña eran personas cercanas o que hubiera conocido durante el año, que estuvieran en situación aún más difícil que la suya. En esa mesa se sentaron inmigrantes sin techo, alcohólicos, heroinómanos, personas con trastornos de personalidad, personas con trastorno bipolar o simplemente pobres, aún más pobres que ella. Se sentía con la obligación de acoger aquellos que no tenían ni casa o que su vida era aún más ruinosa que vivir encerrada en un piso de la calle Muntaner.

Y lo explicaba con una sencillez que te borraba inmediatamente la incomodidad e incluso el miedo de compartir mesa y fiesta con gente tan diversa y con tantos problemas. Todo era tan natural que parecía evidente que lo tenía que hacer para ser un poco feliz y hacer felices a los demás.

Yo conocí Nuria en 2009 y viví de forma intensa la crónica de aquellos comidas cuando me explicaba qué había pasado, como había ido y que habían comido. El año 2013, Núria

se fue …. con el mismo silencio con que vivía, con la misma discreción con que soportaba su particular situación. No pude ni despedirme, pero si pude hablar un momento por teléfono con su sobrino que me dijo que Núria era como un ángel, con forma de interrogante.

Nuria viene a menudo a mi mente, su sonrisa, su cuerpo frágil y deformado, el olor del café recién hecho cuando llegaba con el carro de alimentos. También en Navidad cuando, se supone, debemos tratar de pensar todavía un poco más con los que ‘no tienen tanta suerte como nosotros’ (según las palabras de la misma Nuria).

Por eso me ha parecido oportuno bautizarla como ‘el ángel de la calle Muntaner’.

Escrito por Llluis Rissech

estrella

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.