La mayoría de nosotros estamos deseando que llegue el verano para podernos relajar y tener un poco de tranquilidad después de todo el año. Aún así, muchas veces no resulta una tarea sencilla. Seguramente, ya hemos empezado a pensar dónde metemos esas criaturitas que tanto queremos pero con las que no estamos acostumbrados a convivir 24 horas al día. Empezamos a hacer planes y listas de actividades como locos para evitar que se aburran y empiecen a “hacer de las suyas”. ¡Cuanto más ocupados estén mejor!
¿Recordáis uno de los primeros post en el que hablábamos de la actividades “estrés-colares”? El verano es un bueno momento para pararnos a pensar en el tiempo real que tenemos para estar con nuestros hijos. La excusa del tiempo y las prisas es una de las más usadas para justificar, por ejemplo, que no podemos jugar con ellos porque tenemos trabajo que hacer, que no pueden vestirse solos porque llegan tarde al colegio, que no pueden cocinar porque sino cenaran tarde, que no pueden estar más rato en la bañera porque tienen que irse a la cama, que no pueden desayunar en familia porque los padres tienen que ir a trabajar y así un largo etc. Y por fin, llega el verano, un momento ideal para… ¡salir corriendo al campus de deporte!, ¡Apuntarlos a ingles!, ¡recogerlos e ir a la piscina!, ¡hacer las maletas!, ¡Hacer los bocadillos!, ¡Conducir rápido hacia la playa para no coger caravana!. En teoría, lo conseguimos, estamos de vacaciones, ¿pero estamos dedicando un tiempo especial, de calidad, a nuestros hijos?
El verano es para los niños un momento para acomodar e integrar todo lo que han estado aprendiendo en el colegio a lo largo del año, para dormir y para descansar. Aunque lo que realmente desean es poder disfrutar de sus padres donde sea y cómo sea, de los que escuchan durante todo el año que no tienen tiempo y que cuando parece que lo tengan se esfuma por arte de magia sin que los niños hayan podido siquiera saborearlo.
He aquí un menú degustación para este verano: un castillo de arena, un paseo por la montaña, un mural con pintura, un collar de conchas, una carrera, una siesta en familia, una tarde cocinando, cuentos en la cama, salir a ver las estrellas, todo ello amenizado sin prisa, sin estrés, con paciencia y con entera dedicación. ¿Y por qué no?… ¡con un helado de postre!
¡Feliz Verano!
Esther Navarro.
Deja una respuesta