Últimamente se han publicado en las redes artículos relacionados con los peligros de la hiperpaternidad. En cuanto a la crianza se refiere (y sin ánimo de juzgar lo que hace nadie) puede que hayamos pasado de un extremo a otro. ¿Habéis preguntado a vuestros padres qué tipo de crianza os recibieron? De hecho, seguro que algunas de vosotras o de vuestras madres se han “subido solas”, término gracioso que acostumbran a usar las abuelas. Han trabajado desde pequeñas, se han hecho cargo de hermanos pequeños y han tenido que vivir una “infancia adulta” (valga la paradoja). Padres en ocasiones ausentes y niños con poco tiempo para ser niños.
¿Y qué es lo que ocurre hoy en día? Pues en muchas ocasiones precisamente lo contrario. Extremada preocupación por los hijos que lleva a los padres a solucionar de antemano todos los problemas que se van encontrando sus hijos o incluso evitándolos, sobreprotegiéndoles y negándoles la posibilidad de resolver sus “asuntos”.
La intención de estos padres es buenísima pero cuidado, las repercusiones de estas acciones tan altruistas y entregadas (hiperpaternidad) son peores de lo que se imaginan. Cada pequeño logro que un niño consigue superar le ayuda a ir construyendo su autonomía, su capacidad de frustración, su valentía y en general su SER.
Daríamos la vida por los hijos, es cierto. Pero intentemos no dársela toda para que ellos puedan construir la suya. No es necesario gastar el sueldo en infinidad de actividades con tal que nuestros hijos sean los mejores y más preparados. Dejémosles tiempo para jugar, para estar solos, aburrirse y para superar situaciones comprometidas (aunque sean desagradables). Y recordemos esa preciosa sonrisa que se dibuja en sus caras cuando, desde bebés, consiguen algo gracias a su esfuerzo.
Ofrezcámosles una mano siempre, pero no el brazo.
Esther Navarro
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