El otro día, en una cena con amigos (en las que de un tiempo a esta parte, la mayoría acudimos con nuestros “recientes” bebés), vivimos una situación un poco tensa. Y es que en términos de crianza, como he dicho anteriormente, para estilos los colores. Os pongo en escena. Bebé de 6 meses llorando y quejándose (no por nada, supongo que por sueño o por estar demasiado ajetreado o agobiado). Sus padres, con esa sensación compartida de no querer incomodar al resto de amigos y evitar que su hijo pueda “montar el número”. Todos los padres primerizos tememos eso, todos.
Acto seguido sus padres le enseñan el móvil con dibujos animados y el bebé se calla en un periquete. ¡Bien! Piensan ellos. ¡Mal! Pienso yo…
Y entonces llega la justificación: – Es que ahora no podemos pretender que las nuevas tecnologías no existen. Ahí están, así que no pasa nada por enseñar a los niños a convivir con ellas desde pequeños – dice el padre. Las miradas se cruzan, algunos afirman, otros se callan. El debate está servido.
Si bien es cierto que las tecnologías nos rodean y están presentes en nuestro entorno diariamente y que no podemos evitar vernos expuestos y rendirnos a sus encantos, sí que podemos decidir qué tipo de relación queremos tener con ella.
¿Es la tecnología, en este caso el teléfono, la única manera de poder calmar a un bebé de 6 meses que llora? ¿Y un beso? ¿Un paseo? ¿El pecho? ¿Un juego? Me pregunto qué desesperados debían estar los padres de antes sin elementos tecnológicos que hicieran ese “difícil” trabajo.
Bajo mi punto de vista, y repito, mi punto de vista, el poder “salvar” una situación incómoda en el presente, ya sea en una cena, en el supermercado, en casa o de paseo, puede llegar a generar una dependencia mayor en el futuro. Unos intereses demasiado altos para tan baja hipoteca. Al enseñarles el teléfono en momentos de desesperación dejamos de trabajar con ellos el aprender a superar frustraciones y que seguro que los ayudarían a crecer.
Por otro lado, identificándola siempre como un “premio” (si comes bien te dejo la Tablet) se le quita a la tecnología el aspecto educativo y deja de tratarse como una herramienta más de aprendizaje. ¿Por qué no establecer ratos durante el día para jugar juntos con cualquier soporte tecnológico deseado? Si se trata a la tecnología como a un elemento más de la vida diaria (y para mí eso es realmente una integración total) entonces la ansiedad y la dependencia con la que los niños acceden a ella puede que disminuya.
En fin, escribo esto teniendo a mi hija de 6 meses anonadada mirando la pantalla del ordenador. No sé qué debe estar pensando, lo que sí que veo es su cara, hechizada por completo. Vayamos con cuidado, no convirtamos a la tecnología en embrujos o en magia negra, sino en una compañera de viaje.
Esther Navarro
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