Se acerca el verano y muchos de nosotros ya estamos empezando a pensar en mil y un planes para nuestros hijos, para ofrecerles un sinfín de experiencias y poder conciliar nuestra tarea como padres con nuestro trabajo, que siempre resulta complejo.
Como en otros artículos ya he comentado, en este tema creo que también sería importante recordar que “cuanto menos, mejor”. Me explico: El año escolar en los niños deja poquísimo espacio al aburrimiento, a la tranquilidad, a la reflexión o al descanso. Todo son prisas. Además, nuestros hijos se están criando en un mundo que les dice continuamente que tienen que “hacer” cosas, siempre. A la rutina diaria se añade el inglés, la música, el ajedrez, los deportes, las manualidades, las fiestas, los viajes, las visitas de parientes, los talleres en museos o los cuentos en las bibliotecas. Y, sinceramente, aunque puede que sea tema de otro artículo, me da miedo que a los 10 años hayan hecho tantas cosas que no exista nada que les sorprenda, que les motive y siga alimentando su curiosidad.
En esta línea, mi propuesta de verano va en una doble dirección. La primera es en la de encontrar algo muy distinto a lo que se hace durante el curso. Según mi opinión, ¿qué sentido tiene que se vaya al mismo colegio, con los mismos compañeros, monitores y con una oferta de actividades muy parecida a la del curso escolar? ¿Por qué no buscamos otro tipo de actividades que ensanchen el mundo de nuestros y vemos si se les despierta la curiosidad en otros ámbitos? ¿Y por qué no buscar algo de tipo social? ¿Cómo son los niños de otros barrios? Puede ser un momento bonito para enseñarles que hay niños de “todos los colores.
Por otro lado, el verano también es un momento ideal para asentar todo lo que ha sucedido durante el curso y es bueno dedicar un poco de tiempo a parar y coger fuerza para el siguiente. ¿Disponemos de alguien que pueda quedarse con nuestros hijos de forma tranquila? ¿Qué tal los abuelos? Esos que preparan unos macarrones maravillosos, explican cosas distintas a las que los niños están acostumbrados a oír, no están todo el día enganchados a los móviles y no tienen consola de juegos. Del “hacer” se pasa al “estar” y es que en casa de los abuelos se “está” muy bien.
Llenad el tiempo de vuestros hijos de experiencias que abran nuevos horizontes y les hagan descubrir un poco más el mundo. Conociéndolo y viviéndolo lo respetarán más, seguro.
Esther Navarro
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